Avís important

Amb motiu de la refundació de la JCC (Joventut Comunista de Catalunya), fruit del procés d'unitat juvenil comunista protagonitzat per CJC-Joventut Comunista (Col·lectius de Joves Comunistes - Joventut Comunista) i JC (Joves Comunistes), així com per d'altres sectors i persones que es reclamen de l'ideal comunista, aquesta pàgina queda definitivament tancada.

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El discurso político más insufrible es aquel que primero te exige que votes lo que han decidido los dirigentes para amenazarte a continuación con el Apocalipsis en el supuesto de que te atrevas a pensar otra cosa o a expresar tus dudas. Y por último, te hace saber que, en el caso de que esas dudas se conviertan en una expresión disconforme con el saber de los expertos y sus decisiones, la democracia quedará suspendida hasta nueva orden, o mejor, no servirá para nada.



Hemos vivido y sufrido las tres cosas en este debate sobre la llamada Constitución Europea y todo apunta a que los dirigentes incrementarán sus amenazas y excomuniones.



Es razonable pensar que la gestión del fracaso del actual texto será complicada y ofrece innumerables obstáculos. Pero resulta inconcebible que, desde la izquierda, no se perciba como lo que es: la apertura de un nuevo escenario de oportunidades para profundizar en un diseño de integración europea que resuelva los tres problemas claves demandados por una mayoría de ciudadanos europeos. Esto es profundizar en el contenido social de la integración europea, democratizar de verdad la Unión y ofrecer una proyección exterior de la Unión comprometida con la paz y el Derecho Internacional.



Nadie dice que estas demandas son las que deban deducirse de manera inexorable de los resultados de los referendos en Francia y Holanda, pero es obvio que han formado parte sustancial de la masa crítica que ha posibilitado el rechazo a este texto.



Por cierto que los análisis posteriores confirman un alto nivel de congruencia entre el no de Francia y Holanda, con el no en nuestro país y dicen que el rechazo al tufo neoliberal que despide el bodrio constitucional está en el corazón de la reacción de los ciudadanos.



Pero exigirle al no tan altos niveles de coherencia sería tanto como presumir que los partidarios del sí responden de manera homogénea y unívoca a un deseo irrefrenable de profundizar la integración europea. Igual de absurdo. Convendría no forzar nuestra inteligencia convirtiendo esta compleja disputa política en una confrontación entre Darth Vader y los jedis.



La Unión y la construcción europea se han convertido en un nuevo territorio de disputa política. El fracaso de Niza puso de manifiesto que los delicados consensos que habían permitido sobrellevar el proceso de integración se habían quebrado y que en adelante este plan se vería sometido con más asiduidad a los avatares del conflicto político.



Era inevitable que así ocurriese y es difícil imaginar que una construcción económica y política con tanta incidencia en la vida real de las gentes podría quedar excluida del debate y la confrontación por más tiempo. Así es que mirar hacia la arcadia de los consensos iniciales pensando en recuperarlos, puede parecer bienintencionado pero es improbable y ucrónico.



Por otra parte, todas las encuestas han mostrado con una contundencia y perseverancia ejemplar que la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos se sienten comprometidos con la construcción europea pero sienten que es este proceso el que no cuenta con ellos.De esta desafección han sido conscientes todos los dirigentes europeos desde hace tiempo y desde la izquierda debe ser leído como lo que es: la expresión de una clara asimetría en la distribución de poder decisional en este proceso; algunos tienen mucho y es opaco, otros apenas cuentan y son los auténticos objetos de la política que otros deciden.



Además, centenares de movilizaciones en toda Europa han puesto de relieve el rechazo al desmantelamiento del Estado del Bienestar y la defensa de un modelo social claramente diferenciado respecto a la variante anglosajona. La masa crítica por el no se ha construido sobre la base de la movilización y la acción colectiva, conviene no olvidarlo.



Parece obvio, y así lo atestiguan los datos, que este malestar difuso de las poblaciones es el que está detrás de los resultados en estos referendos. Y es normal, además, que este malestar se refleje de manera diferente en cada país y que se entremezcle con cuestiones de política doméstica. Habría que añadir que si se hubiera querido evitar esto, la receta estaba al alcance de la mano: un referéndum simultáneo en toda Europa. Pero no vale haber sido incompetente para defender esta tesis y ahora reprochar las consecuencias de que no se tomara.



Convendría, además, que cualquier demócrata observase con limpieza y atención los datos de los tres referendos que hasta ahora se han celebrado: en dos de ellos ha participado más del 60% de las poblaciones; en el tercero apenas el 42%. En los dos primeros hemos vivido una clara ruptura entre el Parlamento y las poblaciones.Mientras que entre los diputados era claramente mayoritaria la voluntad de votar sí al texto constitucional, la ciudadanía ha dicho que no. ¿Es que esto no debe conmover a las gentes de izquierda, cualquiera que haya sido su voto en este proceso? ¿No sugiere esto ninguna reflexión sobre la formación de la voluntad política en relación con los temas europeos, sobre la relación entre política y sociedad civil?



Nosotros creemos que se abre una oportunidad para repolitizar el debate europeo incorporando una perspectiva claramente diferente al proceso de integración. Empeñarse en actitudes defensivas y malencaradas por parte de algunos defensores del sí, aparentando, además, ser víctimas de un enorme e incomprensible desagradecimiento, da un poco de grima política.



Lo cierto es que el actual texto está muerto y empeñarse en arrastrar sus mortajas hasta finales de 2006 es la peor de las alternativas.El acta de defunción, por cierto, la han firmado Chirac, Schröder y Blair sugiriendo un alargamiento sine die del proceso. Parece que ante la contundencia de las incertidumbres han optado por aburrir a las poblaciones.



Frente a esta opción o las otras sugeridas y/o propuestas desde el mismo conglomerado económico y político que ha impulsado este bodrio constitucional, la izquierda tiene la oportunidad de proponer una agenda alternativa, de impulsar un proyecto centrado en la defensa y desarrollo de nuestro modelo social, de una democracia de alta intensidad y de una Unión Europea baluarte de un mundo seguro, pacífico y respetuoso con la legalidad internacional.Claro que no hay garantías de que este esfuerzo culmine con un éxito indubitable. Lo que defendemos es que ahora es más posible que antes. Y que existe la coalición social y política en condiciones de impulsarlo.



Y el primer paso es tan sencillo como evidente: convocar nuevas elecciones a un Parlamento Europeo constituyente que elabore una propuesta de Constitución sometida a referéndum vinculante en toda la Unión. Este es el nivel de politización y de debate que impulsa el no en Francia y Holanda y la débil legitimidad del sí en España.



Decir que no a esta oportunidad desde opciones de izquierda es negar la voz de la ciudadanía y seguir anclado en un pasado que este proceso ha preferido apartar.



Nosotros creemos que vale la pena empeñarse en construir otra Europa posible.



Gaspar Llamazares es coordinador general de Izquierda Unida.